9 de septiembre de 2011

Neurótico

14

Tiro la cadena, me subo el cierre del jean y vuelvo al salón. Miro cada detalle, cada pareja, registro todo como robot o lobo a punto de capturar una presa. Tengo algo de hipo que disimulo apretándome la nariz, pero no, no probé una gota de alcohol. Las manos en los bolsillos. Empiezo a creer que todo tiene algún sentido. Que las cosas no pasan porque sí. Es como un acertijo, un enigma que, resuelto, me deja en un mundo sin privaciones. Sin hambre. Sin ninguno de los males que nos aquejan. País abierto a todo ciudadano del mundo que quiera habitarlo, me digo y soy un político del siglo XIX. Tengo confianza. Esa es la palabra: confianza.

-  ¿Qué tenés? -me ataja mi novia en medio del salón.

¿Qué tengo? Busco espejos en paredes. Miro el techo. Busco manchas en mi piel. Miro mi camisa y sí, un pequeño círculo rojo de sangre. Lo toco: seco como calor en provincia norteña. Consecuencia de un golpe al inicio de la noche. No es noticia ya. Miro a mi novia otra vez. Tres viejas a su alrededor. Por un momento pienso en custodias. Guardaespaldas que disimulan. Van a guiarnos a un asensor, una terraza, un helicóptero y un país vecino. Nos van a borrar del mapa. Ya somos recuerdos. Exagero: son tres viejas amigables. ¿Qué tengo? No tengo pasajes para Cancún ni para las Cataratas. No tengo nada. O sí.

-  Tengo hipo.

Las tres viejas sonríen. Mi novia, no. Mira directamente mi mano izquierda. Bajo la vista: en mi mano, una carpeta llena de papeles. ¿De dónde sacaste todo esto? Una sola respuesta: del baño. Sé que estoy en problemas cuando un mozo se acerca y me ofrece otra copa. No, gracias. No tomar nada es una obligación cuando estoy en servicio. ¿Qué servicio? Se me pone todo blanco, me baja la presión y miro el piso como un refugio. Quiero entender. Entrar en una clase y escuchar una profesora explicar cuál es el sujeto y cuál el predicado en una oración. ¿Tanto pido? Confesá, me digo y soy un cura que quiere mi bien. No sé qué tengo que confesar, pero sí sé que tengo que decir algo.

- Alguien se la olvidó -digo, pero acentuó la última vocal de manera extraña y suena más bien como una pregunta.

Involuntariamente abro la carpeta para confirmar alguna de las hipótesis: hay hojas en blanco. Hay contratos escritos en otro idioma. Hay fotos de parejas entrando a albergues transitorios. Muchas parejas o más bien una pareja. Muchas días o más bien uno. Muchas poses sexuales. Muchas. Esto es confidencial. Esto es confidencial. No tengo que estar viendo esto. Confesá, me dice un cura interior que no me cononce y quiere mi mal.

-  Yo no sé nada -digo, pero otra vez suena como pregunta.

Mi novia y las tres viejas me miran como un loco con una bomba atada al pecho que responde preguntas que no le hacen con otras preguntas. ¿Yo no sé nada? Vuelvo a preguntar, pero esta vez en voz baja y solamente para mí. Mi brazo izquiedo otra vez se me paraliza. Tengo que volver a ese médico que hablo de hacer estudios. En verdad están los estudios, tengo que buscarlos y llevárselos. La carpeta se me cae al suelo y el anillado se abre. Fotos porno boca arriba se dejan ver sin pudor. Dos mozos llegan apurados y las levantan. Yo, mudo, espero algo inesperado: que me trague la tierra. Que me de un ataque. Que se corte la luz. Nada de eso. El salón vuelve a la normalidad. Se renuevan conversaciones, se distiende el ambiente, se llevan las fotos. Aunque nadie me mira, ya todos saben que soy un invitado peligroso. Psicoanalista que difunde secretos. Loco con bomba debajo de la camisa. Miro mi pecho para estar seguro.

- Bond -me dice una de las viejas, se separa de las otras dos y me saluda. Siempre imaginé que iba a ser más parecido a James Bond, pero debés tener tu encanto – dice y agrega: te estuvimos esperando toda la noche.