16 de marzo de 2011

Neurótico

I

Creo que lo mejor es que lo dejemos acá. Listo. No funcionó. Qué va a ser. Hay cosas peores. Hay muchas cosas peores. Pensá en el holocausto. Eso es terrible. Eso sí que es terrible. Millones de tipos en las cámaras de gas. Piensan que se van a bañar y se mueren. No podés comparar. Comparar es malintencionado. Es una falta de respeto. Esto es como dejar el cigarrillo. Te das cuenta un día que no va más. Que te hace mal. Que te vas a morir dentro de cincuenta años por fumar y entonces te detenés. Decís listo. No sigo. Decís no. Eso trato de explicarte. Que lo nuestro no funciona. No funcionó ni va a funcionar porque nos conocemos y sabemos cómo somos. Yo sé cómo sos. No tengo nada que reprocharte. Al revés. Si hay alguien al que tendría que reprochar es a mí. A mí me reprocho. Yo tuve la culpa. Si hiciéramos un juicio a vos te darías la tenencia. A vos te tendría que pasar alimentos. Pero en principio no te hace falta que te pase alimentos. Además no tenemos hijos. No pensamos en tenerlos. O sí. Pensamos. Pensaste más que nada vos. Yo también. Yo dije que también quería. Es cierto. Pero ya sabemos que esto no funcionó y agregarle a una maquinaria que está oxidada nuevos accesorios no la arregla, la termina de estropear. No estoy comparando nuestra relación con una máquina ni con ninguna otra cosa. Como te decía, comparar es malintencionado. Vos sabés que yo no tengo mala intención. Nos conocemos creo y hay cosas que podemos dar por ciertas. Una de esas cosas es que no puedo decirte que esto no va más. Yo lo sé y vos lo sabés. Por eso no termino de entender por qué estamos yendo al cine y por qué me comporto como siempre. En verdad, es absolutamente claro por qué: porque no puedo decirte que esto se terminó. A veces me parece que pienso demasiado. No siempre, pero sí a veces. Tal vez si pudiera entender cómo funciona la cabeza, cómo son las cosas acá adentro, todo sería más fácil. ¿Quién eligió esta película? Por estas cosas tengo que decirte que se terminó. Porque cada vez que te lo quiero decir, me duele la mano. La mano izquierda. La que no sirve para nada. Me duele. Me cuelga como una liana. Me molesta tanto que a veces tengo que ir al médico. Y decirle que seguro no es nada. Que es algo de acá, de la cabeza. Aunque tampoco le digo nada. No puedo ir a la consulta de un médico y decirle que vine sin motivos reales. Que tengo razones para creer que lo que me pasa es un problema de otra índole. No puedo decirle nada y por eso me voy de la consulta con nuevos problemas, con citas para nuevos médicos, con estudios a realizar y mi silencio duplicado. Por no poderte decir nada a vos, tampoco le puedo decir nada al médico. Y tampoco le digo nada al otro médico que me hace las radiografías o las tomografías computadas. Por eso debería entender, a ciencia cierta, qué cosas pasan acá adentro. No ya el brazo que me cuelga. Eso es un detalle. Una consecuencia. Acá dentro. Una vez que está bien definido qué cosas pasan acá, va a ser mucho, pero mucho más fácil, sacarlas al exterior, ser, lo que se dice, una persona normal. Conseguirme otro trabajo. Conseguirme otra mujer. Pero lo primero es lo primero. No se puede empezar por otro lado. Las carreras se terminan cuando se cruza la meta, pero para cruzarla primero es necesario ponerse el calzado adecuado, entrenar, anotarse en la maratón, comer liviano la noche anterior y correr. Uno no sale a correr sin esas cosas. Es la realidad.

-          ¿Querés comprar pochoclos?
...